Día 1: avión - lago di Garda - Borgo Valsugana
El sábado 1 de julio
madrugamos mucho para poder coger el avión de Madrid a Milán a las
7.30 de la mañana. Esto hizo que durmiéramos poco la noche antes.
Aun así, Norah se despertó con ganas a las 5 de la mañana, cogió
a su mono-oso y comenzó el viaje con entusiasmo. Quiso sentarse al
lado de la ventanilla para mirar los paisajes y se pasó el viaje
viendo una película en la tablet de su papá (creo que fue
Zootrópolis).
Esta vez nos apañamos
con dos trolleys, dos mochilas y una maleta grande, que fue la que
nos tuvo esperando 1 hora por ella en Malpensa. Después tocó otra
hora de espera por el coche, un Fiat 500X; Norah un par de días más
tarde afirmaba que “¡en este país hay muchos Fiat!”.
Inicialmente nos dirigimos por la autopista hacia el Lago di Garda.
En primer lugar visitamos Sirmione, una pequeña ciudad en la
península sureña del lago. Llegamos pasadas las dos y media por lo
que la cocina del sitio donde fuimos a comer ya estaba cerrada aunque
sí hacían pizzas. Así fue que los tres nos comimos una pizza,
incluso yo (como estímulo hormético). La mía era la Lombarda:
encima de la masa en lugar de tomate tenía crema de calabaza y el
queso era de mozzarella de búfala. Estaba muy rica. La de Norah
tenía jamón y piña y David escogió la de 4 quesos.
Luego fuimos a dar una
vuelta y como hacía calor, optamos por darnos un paseo en una
potente lancha con un capitán local con otros turistas, por 20 euros
los 3. Dio un rodeo a toda la península y pudimos disfrutar de las
vistas del lago glaciar y las montañas que la rodean. Luego no
encontramos ningún sitio para tomar un helado así que cogimos el
coche con la intención de bordear la costa oeste del lago de camino
a Borgo Valsugana. Pasamos por Peschiera del Garda y Lazise y vimos
que la costa estaba demasiado llena de tráfico y pueblos como para
llegar hasta Riva del Garda.
Paramos entonces en
Bardolino, un pueblo con un bonito centro medieval. Allí cayeron los
primeros helado de Italia. Estando en Italia decidí comer algún
helado. Escogí uno con regaliz, mango y frambuesa. Norah se comió
un helado de palo de fresa y David pidió solo un sabor. Luego fuimos
dando un paseo hasta la playa. Norah se comía el helado, manchándose
toda la cara mientras su padre le hacía vídeo. Llegó un momento en
el que Norah ya se cansó un poco: “¡Deja ya de grabarme!”.
Antes de marcharnos David se pidió un segundo helado, de higos con
ricotta y otro sabor. Aquí los helados costaban euro y pico por
sabor.
Comenzó a llover por lo
que paramos a comprar leche y fruta y tiramos hacia Borgo Valsugana,
un pequeño pueblo en el valle de Valsugana, al oeste de Trento. En
esta zona ya se aprecian las montañas entre cuyas laderas se
cultivan uvas y manzanas en los fértiles valles. Cuando llegamos al
pueblo, casi a las nueve de la noche, éste estaba vacío como los
pueblos de Finlandia. Nos acomodamos en el hotel cansadísimos y
caímos inconscientes más que dormidos.
Día 2 - Borgo Valsugana- La Rocchetta - Val di Sella
El hotel de Borgo era una
antigua finca con habitaciones amplias y luminosas. La sala del
desayuno estaba decorada con gusto. Había pastelería, pan,
embutido, yogures, algo de fruta y café. Después de desayunar nos
dimos un paseo por el pueblo, por el que transcurre el Río Brenta
que va a parar al Lago di Caldonazzo, cerca de Trento y a otro lago
más pequeño, el Lago de Lévico. Norah estaba entusiasmada con las
callejuelas y los pasadizos del lugar: “Mira, un túnel misterioso
mágico supersecreto”, decía en alguna ocasión. Desde allí nos
dirigimos hacia arriba por una carretera estrecha de montaña
siguiendo indicaciones de Google para subir a La Rocchetta, un punto
de observación en la montaña, a 700 metros de altura sobre el nivel
del mar. Está enfrente del monte Ciolino (donde está el castillo
local) y se ha utilizado siempre como apostadero y observatorio en
las guerras, tanto por italianos como austríacos. Cerca tiene cuevas
donde se podían refugiar y guardar provisiones.
Después bajamos por una
carretera mejor aunque con muchas curvas y nos detuvimos a comer –
temprano para España pero a una hora adecuada para Italia – en la
Osteria Caraco. Norah comió ñoquis, David un plato de embutido y yo
pedí salmón ahumado con hinojo y un vino tinto local muy rico con
matices de frutos del bosque. A nuestro alrededor se extendían
valles y montañas y la temperatura era muy agradable. No hacía ni
frío ni calor y el sol salía a ratos de entre las escasas nubes que
filtraban su luz. David y Norah comieron postre y yo tomé un café,
y en esto llegaron Alessandro y su familia Manuela, Carlota y Camila,
además de los perros: el bulldog francés Bobinsky – Bobo, el
bulldog inglés Luis y la golden Joy. Bobo, a pesar de ser el más
pequeño, es el jefe de la manada. Con ellos nos encaminamos al Val
di Sella, con obras de arte en plena naturaleza, formando parte de
ésta y fusionándose con ella. Algunas de las obras recordaban a los
diseños de las viviendas de los monstruos de la película “Donde
viven los monstruos”, aunque no fueran del mismo autor (aunque
seguramente sí se inspiraran los de la película en su obra).
Caminamos por un amplio
sendero en un bonito bosque con las obras de arte flanqueando el
camino que picaba hacia arriba. Norah iba tan contenta paseando a
Bobo. Llegó un momento en el que los dos bulldogs no podían más y
se quedaron atrás. Más tarde fue Norah la que se subió a hombros
de su padre hasta quedarse profundamente dormida. Después fuimos a
tomarnos un refrigerio a casa de Alessandro, donde Norah hizo amistad
con un gran gato llamado Romeo. La cena con nuestros anfitriones fue
en un lugar en el Lago di Lévico, donde Norah y David comieron pizza
y yo una tabla de pizarra con tartar de 3 pescados diferentes
aromatizados de forma fina y con alguna baya. De postre Norah y yo
compartimos un helado de yogur con un montón de bayas naturales.
Como cenando refrescaba bastante nos dieron unas mantas para
calentarnos mientras cenábamos.
Día 3: Trento - Lago Molveno - Laives
El lunes era día de
movernos por lo que recogimos nuestras cosas y nos dirigimos a
Trento. Visitamos el casco antiguo con su catedral y comimos en una
especie de cervecería llamada Frost; salchicha para Norah, gulash y
polenta para David, además de setas compartidas y yo un pescado
blanco. Esto nos costó unos 55 euros. Nos tomamos un helado de
postre de una heladería cercana. No estaba mal pero no fue de los
más memorables del viaje. Cuando terminamos de ver Trento cogimos
una carretera hacia las montañas para ir a ver el Lago Molveno, uno
de tantos lagos glaciares de esta zona. En 2014 le dieron el premio
al “lago più bello d'Italia” y sin duda es hermoso; es el
segundo lago más grande de la zona de Trentino-Alto Adagio. Norah y
yo remojamos nuestras piernas en sus aguas de 14ºC (no había nadie
dándose un baño completo). Después nos subimos en el funicular
para ir a admirar las vistas desde arriba. Tuvimos unos bonitos
momentos de mindfulness en familia antes de bajar y seguir nuestro
camino. Hicimos un alto en el pueblo de Andalo, a 1040 msnm y con
solo 1010 habitantes fijos. Es un pueblo alpino que se ve que vive
del esquí en invierno y de los excursionistas en verano. Compramos
un imán en una tienda de souvenirs donde la dependienta se ilusionó
mucho al darse cuenta de nuestra procedencia (aunque le aclaré que
yo soy finlandesa). Ella era una chica española de un pueblo de
Toledo que trabaja allí en verano (su novio es de ese pueblo) y
decía que éramos los primeros españoles que veía allí.
Las carreteras de montaña
nos devolvieron de bajada hasta el valle del Adagio y hacia nuestro
hotel en Laives, un pequeño pueblo al sureste de Bolzano. David
conocía el hotel por sus estancias previas allí por algún viaje de
trabajo. Tiene un área de sauna y piscina bastante apañada. Así
fue que, aunque llegamos un poco tarde, aún nos dio tiempo de ir a
ambos sitios, aunque a Norah le gusta solo la piscina (le falta la
costumbre desde pequeñita de ir a la sauna).
Esa noche, como todas las
del viaje por otro lado (o casi todas, que hubo dos noches, una en
Italia y otra en Finlandia, que hacía mucho calor y Norah durmió
mal – y nosotros también de forma secundaria), dormimos mucho y
muy a gusto.
Día 4 - Bolzano - Lago di Carezza
A la mañana siguiente tras el desayuno (y de jugar en
la sala de juegos en un minirocódromo y un panel de pulsados de
colores) nos dirigimos a Bolzano. Hacía calor. Dejamos el coche en
el parking de un castillo que solo vimos por fuera. Después paseamos
hasta el museo de Ötzi. Norah tenía muchas ganas de verlo y la
verdad es que lo disfrutó mucho. Todos aprendimos bastante de las
cosas de Ötzi, de cómo vivía, de cómo murió. Era muy apañado,
la verdad. Hoy en día la mayoría de los seres humanos no podría
sobrevivir en las condiciones en las que lo hacía él y sus
coetáneos, porque hemos adaptado tanto el medio a nuestra
conveniencia que seríamos incapaces de adaptarnos a él.
Tras la visita al museo
fuimos a comer a una especie de taberna germanoparlante. Norah quiso
pasta, David pidió carne y yo me comí un cacho de salmón con
hinojo. Ah, además tomamos ensalda de rúcula. Norah se quedó
dormida en cuanto comió un poco, sentada en su sitio. Impresionante.
La despertamos tras el café (por cierto, nuestro camarero se parecía
a Bruno Mars) y nos fuimos a pasear: vimos las calles del centro, la
catedral, y comimos algún helado. Aparte compramos algo de fruta
para la noche. Por la tarde abandonamos Bolzano para ir al lago di
Carezza. Nos lo había recomendado la chica de Andalo. Es un lago
pequeño de un color turquesa precioso. Está vallado a su alrededor,
con senderos para pasear. Si no estuviera vallado supongo que la
gente lo llenaría de basura o lo contaminarían. Hay una leyenda
sobre el color del lago que leímos de camino hacia allá y que a
Norah le gustó mucho. Sale una ninfa, un mago un poco sinvergüenza
y una bruja. Nos estretuvimos haciendo fotos, una señora
estadounidense nos hizo alguna también (nos habló en castellano
porque era profesora en su país, en el estado de Washington).
Después de una buena sesión de fotos nos fuimos a dar un paseo por
el bosque. Quise hacer una rutilla un pelín más larga y fuimos
hasta donde normalmente está el “Lago de enmedio”, aunque en
verano desaparece y queda un prado entre las montañas. Allí hicimos
un rato de mindfulness, más fotos, escuchamos el silencio... hasta
que nos marchamos para coger el coche (donde Norah se durmió de
forma irremediable) para ir al hotel para la sesión de sauna y
piscina.
Día 5: Merano2000 y Merano
Al día siguiente el plan
era ir a ver Merano. Tras ver un poco las montañas el día anterior
nos pareció buena idea subir algo más, así que cogimos un
funicular y subimos hasta Merano2000. Es una estación de esquí en
invierno y en verano tiene juegos para niños (a Norah le encantó la
tirolina y unos trampolines), una especie de montaña rusa en una
bajada de bobsleigh, y un montón de rutas de senderismo. Aparte de
bajar por la montaña rusa (4 euros cada viaje, Norah iba gratis) nos
dimos un buen paseo hacia arriba por las montañas. Nos dio el sol y
los adultos nos quemamos un poco (Norah no, llevaba sombrero) las
frentes y los brazos. Llegó un momento en el que nuestra hija estaba
muy cansada pero animándola conseguimos que siguiera caminando e
incluso se marcó un sprint para ir hasta el restaurante. Norah comió
salchicha, David codillaken y yo huevos en realidad era una crepe)
con arándanos rojos. De postre nos pedimos un pastel de trigo
sarraceno y arándanos rojos (torta di grano saraceno en italiano o
schwartzplententorte en alemán). Le sobraba dulce para mi gusto pero
era muy rico. David además se atrevió con un café corretto que
llevaba schnapps (el camarero se aseguró 3 veces de que de verdad lo
quisiera) que le puso los pelos del cuerpo como escarpias.
Luego nos bajamos de la
montaña a ver Merano (donde comimos otro helado y padecimos calor
húmedo). Después de las montañas cualquier ciudad es un poco
decepcionante). Y de vuelta al hotel para coger fuerzas en la sauna y
la piscina.
Todas estas noches
cenábamos en el hotel a base de fruta, frutos secos y alguna lata de
ensalada y algún queso. Además teníamos leche para Norah. Nos
aocstábamos al final tardecillo y estábamos en general reventaicos.
Día 6 - Riva del Garda - Milán
Al día siguiente tocaba
recoger equipajes y comenzar nuestro regreso hacia Milán para coger
el avión para Finlandia. Norah por la mañana lloraba un poco, decía
que se lo había pasado muy ben y que no se quería ir. Se durmió un
poco en el coche mientras dejábamos las montañas atrás en nuestro
trayecto hasta Riva del Garda. A medio camino paramos en un castillo
a la orilla de un lago precioso a tomar un café y escribir algunas
postales.
Luego ya en la punta
norte del lago di Garda, encajado entre montañas, David y Norah se
dieron un refrescante baño. Después comimos donde pudimos (para más
tarde descubrir el sitio donde en realidad podríamos haber elegido
mejores sitios para comer). Dimos un paseo por Riva, un pueblo
precioso, comiendo los últimos helados de Italia. Recuerdo sobre
todo el último, de 3 sabores, como quizá uno de los más ricos de
todo el viaje (David se comió un total de 6 bolas o plastas, yo 5, y
Norah una... en fin, hay personas como ella que no necesitan tanto :p
y luego estamos sus padres que para algunas cosas nos cuesta
contenernos). En fin, era el último helado del viaje :)
Bajamos hasta Milán por
la orilla oeste del lago y llegamos ya anocheciendo. Cuando
devolvíamos el coche en el aeropuerto, un enjambre de mosquitos nos
atacó y cada uno nos llevamos como 5 ó 6 picadas. Más tarde leí
que Milán está infestado de mosquitos!, así que ojo sobre todo en
verano.
En nuestro hotel había
sauna y piscina pero llegamos tarde. David estaba un poco
traumatizado por esto, y Norah le dio una charla larga sobre cómo no
debía estar triste. Es más, se recreaba en el disgusto de su padre
para darle consejos de forma persistente para sobrellevar la pérdida
de la oportunidad de ir a la sauna ese día.
Conclusión
Y esto fue nuestra
semanita en Italia. Al día siguiente tocaba dejar el hotel y coger
el avión al norte, a Finlandia. Como resumen diría que esta zona de
Italia es preciosa. Tiene naturaleza, montañas, buen clima (al menos
cuando hemos ido nosotros), tranquilidad. Los paisajes son
impresionantes y todo está verde. El lago de Garda sin duda es
también un sitio para volver con más calma. En fin, que no es que
se pueda andar siempre repitiendo destinos porque si no, no se ven
cosas nuevas, pero es una región a la que volvería sobre todo para
hacer senderismo.